Elizabeth Fuentes

(Tomado de El Cooperante)

Caracas.- El grupo «tiramealgo» reapareció en el país- con todos los gastos pagos por supuesto-, para rememorar al hombre que los sacó de abajo.

Hasta Ignacio Ramonet demostró que sigue vivo y cobrando, mientras la joya de Daniel Ortega mostraba su desvergüenza planetaria y llegó con su cara muy lavada de dictador salvaje, orgulloso de los sacerdotes presos y los cientos de adversarios que ha asesinado o enviado a las cárceles.

Por su lado los cubanos, cuándo no, vinieron otra vez a agradecer a Hugo Chávez la inmensa ayuda económica que obviamente se rumbearon y que todavía le permite al nieto de Fidel Castro seguir disfrutando de su yate en el mar de una isla hundida en la miseria.

O la joya de Evo Morales, que no oculta su debilidad por las menores de edad y los jets privados, todo un clásico de los dictadores de este siglo. Y Rafael Correa, asilado por corrupto.

Tremendo grupo fue el que vino a conmemorar los 10 años de la desaparición física de Hugo Chávez, mientras faltaron nada menos que Gustavo Petro, Ignacio Lula Da Silva y Alberto Fernández, tres presidentes socialistas que no ocultaron sus simpatías por Hugo Chávez y más de un favor constante y sonante le deben. ¿Y por qué no vinieron?, cabe la pregunta. Porque resulta difícil suponer que no fueron invitados.

O resulta fácil sospechar que los tres se quieren delimitar de semejantes gobiernos autoritarios, al menos por ahora.

Y sobre todo ahora, que Venezuela ya no tiene mucho que regalar.

Pero más allá del Teresa Carreño (quizás Chávez había soñado con una conmemoración multitudinaria, llena de pueblo, al aire libre, con millones por el pecho), lo cierto es que la conmemoración popular tampoco fue lo esperado y solo repercutió en los medios oficiales y afines, quienes intentaron engrandecer el tamaño de lo que fue una asistencia mediana y controlada la que hizo cola para asistir al Cuartel de la Montaña.

Asunto que trató de disimular sin éxito una de las reporteras de Telesur, quien describía a millares de asistentes cuando la realidad imbatible contabilizaba a unas 30 personas que, cada minuto, pasaban sin mayor aglomeración frente a su cámaras hacia el Cuartel – muchos con franelas nuevas, más parecidos a militantes del Psuv que pueblo llano-, lo que pudo significar al final del día un aproximado de diez mil visitantes (suponiendo que el desfile de personas se postergó por seis horas), una cifra irrisoria para las ambiciones de cualquier político que se respete.

Minúscula si se compara con los sietes millones que han desfilado rumbo al exterior huyendo del hambre y el desempleo, muy distinto al poema aquel «Con hambre y desempleo con Chávez me resteo», que escuchó el militar en sus mejores días frente al poder cuando administró un barril de petróleo a cien dólares y expropió más de mil empresas, la mayoría hoy en la ruina.

Lo cierto es que a diez años de su desaparición, o de su siembra o de su «cambio de paisaje», como recitó algún cursi que nunca falta, más de uno se autoproclama legítimo heredero de su hazaña, una variopinta lista donde se pelean por una botella vacía desde Rafael Ramírez hasta Jorge Arreaza, mientras el pueblo seguirá haciendo cola, pero en los hospitales o para echar gasolina subsidiada o para sacar la cédula y el pasaporte.