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Las historias de Ricardo Canaletti: Los crímenes de Jack, el destripador

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Las historias de Ricardo Canaletti: Los crímenes de Jack, el destripador

Su nombre siempre fue un enigma, pero es considerado el primer asesino serial mediático de la historia.

Algunos especularon con la posibilidad de que en realidad los crímenes hayan tenido más de un autor.

La historia es una de las que más eco tuvo en el cine y la literatura de todos los tiempos y te la voy a contar acá.

Jack el destripador, el asesino que sembró terror en Londres. De él, no se sabe casi nada.

Sin embargo, se convirtió en “primus inter pares”. Peter Kurten, el asesino alemán conocido como “el vampiro de Düsseldorf” afirmó que Jack había sido una gran inspiración para él, una especie de maestro.

David Berkovitz,  llamado “el hijo de Sam”, se consideraba un experto en los crímenes de Jack; Albert DeSalvo, el estrangulador de Boston, le dijo a la Policía que aún iba a hacer algo muy grande como Jack; y Ted Bundy, el violador y asesino serial, se consideraba asimismo como el Jack, el destripador estadounidense.

Cinco asesinatos acreditados a la cuenta de Jack, el destripador

Fue el asesino en serie más famoso. No obstante, todo es discutible.

Hubo más crímenes de los cuales se dijo que llevaban la misma firma, pero quedaron en el sótano de la historia.

Fueron cinco, vale repetirlo. Todos ocurrieron en 1888 en un mismo barrio, el de Whitechapel, y en un sector muy pequeño. Ocho periódicos siguieron día a día la historia desde que comenzó, es decir que fue el primer asesino serial mediático; además gustaba de enviar cartas a la Policía desafiándola a que lo atrapara, como aquella firmada “Desde el Infierno ”, aunque con los años muchas resultaron ser falsas, escritas por periodistas para mantener la atención en el caso.

También las revistas y los pasquines hablaban de los casos amplificando sus ecos.

El autor británico Simon Wood, en su libro “Deconstructing Jack”, va mucho más lejos y sostiene que los asesinatos de Whitechapel fueron obra de más de un asesino y que la narrativa de un solo “Jack, el destripador” fue una creación de los medios de comunicación de la época.

A pesar del alboroto del momento, lo que popularizó al destripador fue “The Lodger ”(El Inquilino), el libro que Marie Adelaide Belloc Lownes publicó muchos años después de los hechos, en 1913, que se convirtió en un éxito de ventas, que dejó 31 ediciones, la traducción a 18 idiomas y, además, cinco películas, la primera dirigida por Alfred Hitchcock en 1927.

Marie tenía 20 años recién cumplidos cuando ocurrió el primer asesinato de Jack, y 45 cuando publicó The Lodger.

Pues bien si Marie cumplió los veinte el 5 de agosto de 1888, Jack mató por primera vez el 31 de agosto a la pobre Mary Anne “Polly ”Nichols.

Las víctimas de Jack, el destripador

Siempre se ha dicho que sus cinco víctimas eran prostitutas pero con las décadas y las investigaciones de periodistas y novelistas (porque la Policía hacía rato que había abandonado el caso, digamos que poco después de la última muerte) surgió una polémica sobre esa condición de las víctimas.

Hay quien dice que tal vez dos de ellas lo hayan sido pero los policías se seguían guiando por prejuicios a pesar de las reformas policiales que hubo desde 1812 a 1888.

Como las encontraron al amanecer tiradas en callejones de mala muerte, se dijo que eran prostitutas.

No se hicieron mayores averiguaciones sobre las vidas de esas mujeres.

Es lo que pasa en muchos casos: hay una historia que se acerca a la verdad, que no se conoce, y está la historia de la Policía.

Qué se sabe de Jack, el destripador

Después de haber asesinado a Nichols, esperó una semana y destripó a Annie Chapman el 8 de setiembre, y dejó pasar casi todo el mes para reaparecer con su bisturí el 30 de setiembre en un doble homicidio, el de Elizabeth Stride y el de Catharine Eddowes.

El acto final se produjo recién el 9 de noviembre cuando destripó a Mary Jane Kelly, la única víctima que no asesinó en la calle.

Todos los crímenes se cometieron en un radio de 400 metros cuadrados.

Todas las víctimas eran pobres. De las cinco, Stride y Kelly eran prostitutas.

El marido de Polly tenía una aventura con la vecina y ella se fue de la casa; Annie Chapman era gravemente alcohólica y desnutrida, enfermedades que le habían afectado las membranas de los pulmones; Elisabeth Stride padecía sífilis y escapó de un hospital.

Se hallaron restos de semen por ejemplo en un chal al lado del cuerpo de Catherine Eddowes, aunque se cree que si bien el asesino mantuvo relaciones sexuales no hubo agresión sexual, una de las tantas deducciones que se hicieron teniendo en cuenta lo que les hizo a los cuerpos.

Los rumores y habladurías de sospechas que identificaban al destripador con algún miembro de la realeza británica, con los masones, con abogados de nota, con médicos a causa de la habilidad para seccionar órganos y cualquier imagen de prostíbulos lujosos deben contrastarse con la realidad de la miseria absoluta e incesante de la zona.

Las prostitutas cobraban dos peniques su trabajo. La pobreza no solo las alcanzaba a ellas.

Las mujeres eran las más desprotegidas y todo lo que tenían en esta vida lo llevaban encima, un pedacito de franela roja para sus alfileres, una cajita para el té y otra para el azúcar.

En los refugios para pobres de la zona, dormían 80 personas en una habitación.

Las casas públicas cerraban a las tres y abrían a las seis para servir un desayuno líquido.

Las características tenebrosas e inéditas para la época de Jack, el destripador

No tenía motivo, ni el sexual si se habla de prostitutas, y en lugar de ocultar sus asesinatos los exhibía obscenamente, dejando en la calle los cuerpos abiertos de las mujeres, rodeados de objetos que colocaba ritualmente y que solían pertenecer a la propia víctima: anillos baratos, monedas, píldoras envueltas en papel. Y se llevaba algunos órganos. ¿Cuál era la finalidad de semejantes asesinatos?

El Times publicó que la Policía se estaba enfrentando a un asesino que no poseía las características habituales, que no actuaba por celos, venganza ni robo.

El doble asesinato del 30 de setiembre demostró que la malicia no iba dirigida contra ningún individuo particular y evidenció un salto exponencial en el horror.

Se trataba de un tipo que salía a matar. El estremecimiento social estaba en el estado en que dejaba los cuerpos.

La autopsia de Mary Jane Kelly dice: “Las vísceras estaban dispersas por el cuerpo, es decir el útero y los riñones.

Un pecho se hallaba debajo de la cabeza y el otro junto al pie derecho; el hígado entre los pies; los intestinos a la derecha y el bazo a la izquierda del cuerpo.

Habían arrancado la superficie del abdomen y de los muslos y la cavidad abdominal estaba vacía, le habían sacado las vísceras.

Los brazos mutilados por varias heridas dentadas y el rostro acuchillado, lo cual hacía que los rasgos resultasen irreconocibles.

Los tejidos del cuello estaban desgarrados hasta el hueso (…) El pericardio se encontraba abierto por debajo y el corazón estaba ausente.”

Estas atrocidades no se realizan en diez minutos, es decir que Jack tuvo todo el tiempo del mundo.

Además, el salvajismo era una novedad, excedía con ferocidad cualquier requisito para matar a una persona.

El término “destripador” o  “navajero” ya era usado por la prensa inglesa antes de estos asesinatos, aplicado a casos de agresión sexual en los cuales los cortes o puñaladas se habían dado en los pechos, genitales o nalgas.

Pero la versión de Jack era absolutamente distinta. Se especuló que para cometer los crímenes el asesino se paraba frente a la víctima en la posición del coito de pie y luego la agarraba por el cuello.

De esta forma evitaba que gritaran y las conducía a la inconsciencia.

Dejaba a la mujer en el suelo con la cabeza hacia la izquierda y recién entonces le cortaba la garganta, empezando por el extremo opuesto para que la sangre no se encharcara.

La ciencia forense no había avanzado gran cosa y no se tenía en cuenta en las investigaciones criminales.

El único adelanto fue la aplicación de la Optografía . Resulta ser que en 1881, el profesor William Kuhne, de la Universidad alemana de Heidelberg, examinó los ojos de una rana muerta y distinguió en la retina una impresión casi imperceptible del mechero del laboratorio.

Dedujo que antes de morir la rana había mirado fijamente la llama y Kuhne pudo observar la imagen de lo último que vio el animal.

Qué pasaría si se pudiera captar lo último que quedara en la retina de las víctimas.

Khune creía que era posible que los ojos del muerto “fotografiaran”, por ejemplo, a su asesino.

Por esta razón, la policía inglesa tomó una optografía de la última víctima de Jack, el destripador. No hubo resultado.

Una carta escrita por el Jack, el destripador

Todos los medios de Londres hablaban del caso de Jack, el destripador.

Hasta la reina Victoria se ocupó del tema. Llegó a decirle a su primer ministro palabras propias de un detective: “¿Se ha llevado a cabo una indagatoria para determinar el número de hombres que viven en habitaciones individuales? Las ropas del asesino deben estar saturadas de sangre y tienen que estar escondidas en alguna parte.”

Con el tiempo y la falta de resultados, Victoria escribió: “La Reina teme que el departamento de detectives no sea todo lo eficaz que debiera”.

El dramaturgo y escritor irlandés  George Bernard Shaw , hizo una cruda e irónica crítica en una carta dirigida al periódico Star publicada el 24 de septiembre de 1888: “…mientras nosotros convencionales Social Demócratas, desperdiciábamos nuestro tiempo en educación, agitación y organización (de las clases bajas) cierto genio independiente tomó el asunto en sus manos y mediante el simple asesinato y destripamiento de cuatro mujeres convirtió a la prensa propietaria en una forma inepta de comunismo…”.

Shaw hablaba con mordacidad pero en el fondo no le faltaba cierta razón: lastimosamente tuvieron que ocurrir estas muertes para que la sociedad británica comprendiera la  enorme gravedad del drama instalado en sus regiones marginales  al punto de dejar a la vista la miseria y promiscuidad de los arrabales de Londres.

Jack mataba y dañaba aun cuando no se presentase. El pánico era tal que el propietario de «La Estrella y la Jarretera », un local instalado cerca de la Comercial Road, quebró alegando que su debacle financiera se la debía a Jack, el destripador.

Cuando debió responder las demandas civiles por deudas que le entablaron, su defensa fue: “La gente ya no sale por las noches.

Desde los asesinatos, es muy difícil que por las noches entre un alma en mi establecimiento. Incluso en las tranquilas plazoletas arboladas de South Kensington, las cortinas estaban completamente corridas en todas las ventanas y balcones, y las amas de casa no podian convencer a las sirvientas para que fuesen ni a echar una carta al buzón después de ponerse el sol”.

Al sur del Támesis, en Blackfriars Road, la señora Mary Burridge, una mujer que hacía la limpieza en una casa, quedó tan sobrecogida de espanto ante la lectura de una de las crónicas del Star referente a uno de los asesinatos del destripador, que cayó muerta en el acto con un ejemplar del diario en la mano.

Al momento del colapso, leía: “Un réprobo sin nombre, mitad bestia, mitad hombre, está en libertad. Estremecedora malicia, destreza mortal, insaciable sed de sangre …tales son las señales del loco homicida. Este ser repugnante ataca a sus víctimas estando sencillamente ebrio de sangre, por lo que aún querrá más”.

Hubo muchos sospechosos y hay quienes creen haber descubierto su identidad más de un siglo después, pero “Jack El Destripador ”jamás tuvo otro nombre más que ese.

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